En dos generaciones, centenares de miles de compatriotas pasaron de
tener un gallinero y una huertita en el fondo, a ver pollos vivos solo
en dibujos, o comprar tomates producidos a 1000 kilómetros de distancia.
Sobre los gallineros avanzó un ejército combinado, formado por la
industria cada vez más concentrada y cierta mal definida y aplicada
vocación de funcionarios reglamentaristas, que vetan la caca de gallina
en el fondo y no la de perro en la vereda.
Sobre las huertas, a su vez, actuó la movilidad social y el triste rasgo
cultural argentino de estos tiempos, que valora cuidar el físico a
través de la masiva participación en cada vez más frecuentes maratones,
pero considera de carácter inferior tomar una azada y preparar un
surquito de lechuga. A pesar de los esfuerzos de décadas de organismos
como el ProHuerta del INTA, la proporción de producción casera de frutas
y hortalizas ha ido en constante retroceso. Es hoy inimaginable ver
aquí huertas como en las plazas de Toronto o Caracas; ni qué decir de
las huertas comunitarias de las afueras de cualquier ciudad holandesa. O
más simple: En cualquier casa de la Toscana italiana.
La horticultura es aquí y ahora básicamente un negocio, disputado entre
algunos cinturones hortícolas de grandes ciudades, donde los
protagonistas son de manera muy dominante miembros de la comunidad
boliviana, y producciones industriales que crecen a semejanza de las
californianas, en Corrientes o Salta o Mendoza. Ese escenario totalmente
desregulado,...http://www.propuestasviables.com.ar/index.php/2012/12/04/sumar-o-desaparecer-los-cinturones-horticolas/
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Las verdecitas*